La mente es nuestro principal mecanismo de percepción.
Pero podríamos hacer una distinción entre una mente física, esa con la que normalmente operamos en nuestro día a día, y una mente o conciencia espiritual, a la que accedemos en estados meditativos o con la que tenemos experiencias metafísicas e intuitivas… raras, vaya.
Sin embargo, la Mente o Consciencia es solo una y siempre la misma. Lo que ocurre es que su amplitud, su “tamaño” y profundidad dependen de la materia.
Así, cuando estamos en nuestro cuerpo físico, nuestra mente está adscrita a los límites de la materia más densa; es pequeña y concreta, confinada a conocer únicamente aquello propio del reino terrenal. Aquello que vibra en el mismo rango de frecuencias.
Cuando entramos en estados meditativos, aquietando completamente nuestro cuerpo, la mente se libera parcialmente de lo físico y se expande hasta cierto punto. Pero cuando abandonamos por completo el cuerpo en un Viaje Astral, por ejemplo, la mente queda totalmente libre de la materia más densa y experimenta una expansión proporcional a la sutileza vibracional del plano al que accedemos.
Esta expansión mental puede no ser apenas perceptible si accedemos a un plano astral no físico pero igualmente denso, o puede ser de un alcance abrumador, llegando incluso a atestiguar escenarios y manejar informaciones difícilmente traducibles en lenguaje ordinario una vez regresamos al cuerpo físico.
Cuando empezamos a Viajar en Astral nos damos cuenta de que en estos otros planos de existencia todo es mucho más exacto, concreto y palpable de lo que habíamos imaginado con nuestro corazón.
Por ello, nunca debemos desdeñar la mente ni el conocimiento que obtenemos a través de ella, ya que estar consciente de algo implica conocerlo, no solo desde el corazón sino también desde la mente.
Hay que comprender con la mente lo que el corazón ya sabe.
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